17 enero 2007


Beirut, ciudad talismán.

Hace ya algunos años imaginé una ciudad imposible. Una ciudad donde pudiese vivir confiado y en paz. Donde la gente fuese educada, amable y culta. Donde el respeto, el honor y la solidaridad fuesen las bases de una sociedad alegre y próspera.
Soñé que existía en algún lugar del mundo… tal vez más allá del mar, más allá del cielo. En un país con un incomparable patrimonio histórico y artístico; con unas tradiciones ricas y venerables. En una tierra cuyos paisajes y rincones cautivasen el alma del viajero, cuya riqueza natural saciase al hambriento y al que llegase con sed. Un país de mujeres bellas y generosas y hombres buenos.
Pensé que podría ser allá, lejos de mi pequeña isla, al otro lado del Mediterráneo. Me dejé llevar y volé para visitar aquel mágico lugar de donde llegaban ecos exóticos, cantos amigos, esperanzas futuras.
Descubrí que Beirut era esa ciudad imaginaria. Que ese era mi hogar deseado. Mi ciudad talismán.
Decidí ir a verla, y me latió el corazón con fuerza. Intuí que quizás una ciudad así era posible en un país semejante.
Cerré los ojos, respiré hondo, y en ella me quedé, sintiendo su pálpito espectacular y eterno: ¡Beirut! ¡Beirut! ¡Beirut! ¡Beirut!.........
Ahora no sé si despertar o seguir soñando.