26 octubre 2007


TAXIS DE BEIRUT

Pip-pip.
Pip-pip. Pip-pip.
Pip. Pip-pip. Pi-pip.
Pip…
¡Ya está bien! ¡Parad ya...!
Beirut es una ciudad interesante, inquieta; agobiante, atrayente. E inverosímil.
Con una historia brillante, a veces. Y machacada, otras.
Cuántas civilizaciones nos contemplan, de las que apenas queda nada, salvo escasos vestigios de su esplendoroso pasado. Contados restos arqueológicos que susurran al interesado cuentos de imperios navales como el fenicio, cuyos puertos llevaron al resto del mundo mediterráneo los más exquisitos artículos e innovaciones que traían las caravanas de Oriente; historias de fastuosos templos erigidos por los romanos justo al lado, o debajo, de donde ahora están los cafés y terrazas del centro de la ciudad.
El incansable trasiego comercial se ha conservado, a lo largo de los tiempos, en la ciudad de Beirut.

Y por encima de toda esa algarabía están los taxis. Los ‘profesionales del volante’, con sus desvencijados modelos de la marca alemana de la estrella de tres puntas circunscrita en un aro, están por todas partes y a todas horas. Se trata, en concreto, de los llamados ‘service’, los cuales recogen y dejan clientes contínuamente, si la ruta les conviene. Los hay de todos los colores imaginables, y sus ensidiosas bocinas, estentóreas unas, casi afónicas otras, y aún algunas con un sonido más parecido a un repiqueteo de castañuelas, no paran de pitar a todos y cada uno de los peatones que se pongan a tiro, independientemente del sentido en el que éstos caminen y sin importar las intenciones de los sufridos viandantes. Resulta algo complicado intentar cruzar la calle cuando el taxista de turno, como cuervo de la calzada urbana, se planta delante de uno intentando averiguar hacia dónde se dirige. Sí, sentado en una cafetería puede resultar hasta cómico verlos actuar. Pero cuando la prisa apremia o el sol aprieta, siente uno ganas de soltar un improperio –Ibn charmuta, en árabe, significa algo que en español rima a las mil maravillas- o cruzar saltando por encima de la chatarra rodante.
Taxis de todos los colores infestan las abigarradas calles y congestionadas avenidas beirutíes. Solo faltan los taxis transparentes. Ojalá –in sha’alá- existieran. Pero que además de incoloros fueran también insonoros.

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