10 mayo 2008

Nahr el Bared: puerta entornada, ojos bien abiertos.

El campo de refugiados palestinos de Nahr el Bared, situado a una decena de kilómetros de Trípoli, en el norte del Líbano, ha abierto, hace escasas fechas, una puerta al retorno de algunos de sus habitantes.
Un total de 300 familias fueron autorizadas el pasado miércoles 10 a regresar al campamento y comprobar el estado de sus hogares. A esas familias se les irán sumando otras, a razón de 100 diarias, hasta completar un total de 800.

Nahr el Bared ha sido escenario, durante los calores del verano, de los duros enfrentamientos entre el ejército libanés y los milicianos (muchos, mercenarios de diversos países) del grupo terrorista Fatal al Islam, lo que motivó la evacuación de 6.114 familias.
Este grupo armado, relacionado con el radicalismo islámico de Al Qaeda, que contaba con una financiación de muy turbia procedencia, dentro y fuera del territorio libanés, se había establecido en el campo palestino a orillas del Mediterráneo, con o sin el apoyo y el beneplácito (según las diversas fuentes) de los grupos de poder local como Al Fatah o Hamas, y con el aplauso o la antipatía de la población palestina allí refugiada desde hace casi seis décadas.

El conflicto armado se saldó con la muerte de más de 169 soldados libaneses y por encima de los 200 entre terroristas y civiles palestinos, y concluyó con la detención de la mayoría de los miembros de Fatah al Islam que resistían bajo condiciones extremas entre las ruinas del antes floreciente asentamiento, y con la triunfal marcha del ejército, desde Trípoli hasta Beirut, el pasado día 5 de septiembre.

El regreso de las primeras familias ha sido posible gracias al trabajo de diversas ONGs locales e internacionales (entre ellas varias españolas como Solidaridad Internacional y el MPDL) y la no siempre bien organizada UNWRA, el departamento de Naciones Unidas para cuestiones palestinas en Oriente Medio.
Por vez primera, este pasado fin de semana, se han podido introducir cámaras fotográficas ocultas de diversas formas para burlar los controles de entrada, registros de vehículos y cacheos, con objeto de documentar las presuntas irregularidades cometidas por los soldados libaneses, tras el fin de los combates, en innumerables edificios del campamento.
Se lamentaba Yasser, cooperante de una ONG local, que accedió por vez primera a su casa con un permiso especial, antes del inicio del realojamiento de familias, de que unos días más tarde, cuando pudo regresar, encontró su domicilio saqueado y las habitaciones quemadas intencionadamente.
Este es tan solo un ejemplo de las lamentaciones de la mayoría de los residentes de la zona más moderna de Nahr el Bared, la cual continúa bajo acceso restringido, en función del estado concreto de cada edificio, ya que los hay con las estructura razonablemente intacta, aunque acribillados o incendiados, otros en estado de semi habitabilidad pero con serios desperfectos y la mayoría en total ruina con sus plantas reventadas o desplomadas con si de naipes se tratara.
Pero lo peor no está en esa zona cercana a la entrada norte del asentamiento palestino. Desde alguna que otra azotea, a la que se accede sorteando cascotes y boquetes, se divisa el área primigenia de Nahr el Bared, total y absolutamente cerrada y controlada eficazmente por las tropas libanesas.
Desde la altura, la estampa es de desolación absoluta. La recortada silueta de los edificios aplastados parece un decorado lúgubre e inhóspito entre el cielo y el mar.
Algunos vecinos comentan por las polvorientas calles que lo sucedido allí ha sido mucho peor que lo de la guerra del verano pasado entre Hezbolá y el todopoderoso ejército israelí. Todos se preguntan dónde están los periodistas, las cámaras de TV, los fotógrafos… El mando militar libanés tiene expresamente prohibida la entrada de la prensa al asentamiento.
Ciertamente, lo más parecido al destrozo de Nahr el Bared, en tiempos recientes, se ha podido ver en los machacados barrios de población mayoritariamente chiíta del sur de Beirut, Dahie y Haret Hreik, y en las poblaciones como Cana, Siddikin, Bint Jbeil, Marjayun, Kfar Kila, Jiam, etc. al sur del Líbano, el verano de 2006.

En Nahr el Bared, la sensación es de preocupante desespero, de impotencia total. El esfuerzo a realizar se calcula en años y sobrepasa totalmente la capacidad de la ONGs y la entrega de cooperantes y voluntarios (palestinos, irlandeses, alemanes, daneses, italianos, españoles, etc.) que trabajan codo con codo con los afectados, la mayoría de los cuales han pasado varios meses acogidos en el otro campo de refugiados de Trípoli, El Beddawi, duplicando de golpe su población que ya se encontraba en una situación de gran precariedad, antes del conflicto de Fatah al Islam.
Para los habitantes de Nahr el Bared, a la tragedia de haberlo perdido absolutamente todo, en la mayoría de los casos, se añade la supuesta humillación por parte del algunos militares libaneses que presuntamente se han dedicado, tras vencer a los terroristas, a desvalijar e incendiar las viviendas palestinas. La indignación se enciende especialmente al contemplar los grafitis y pintadas que decoran paredes y puertas en los que se leen consignas de dolor y venganza por los soldados fallecidos en combate, y frases vergonzosas y denigrantes contra los residentes evacuados: “No os merecéis vivir en casas, sino como animales”. Insultos, palabrotas y comentarios vejatorios dirigidos a las madres, hijas y hermanas de los palestinos, se encuentras en numerosas viviendas.

Un rayo de luz e ilusión fue introducido el domingo por un grupo formado por el personal de varias ONGs, con la colaboración de un espontáneo español. Disfrazados de payasos, con los pelos de colores y con su fanfarria de cacerolas y otras percusiones improvisadas, organizaron un pasacalles por la zona permitida, seguidos por varias decenas de niños con las caras pintadas y dando palmas. Llegados a un descampado, entre casas destruidas, los pequeños protagonizaron varios números musicales y juegos, mientras los altavoces anunciaban los ganadores de las rifas de juguetes y golosinas.
En semejante decorado, las espontáneas risas infantiles y la curiosidad de los adultos que hacían un breve paréntesis en sus labores de limpieza y desescombro, ponían un toque surrealista a la ya sobrecogedora experiencia de encontrarse en el interior de Nahr el Bared.

dx 15.10.07

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