12 mayo 2008

OTRA VEZ (WEST) BEIRUT 2

7 de mayo de 2008
He entregado, por la mañana, la documentación requerida para la extensión de mi permiso de residencia. Debía de haberlo hecho hace dos semanas, pero era preciso renovar el pasaporte y no llegó a tiempo a la Embajada. Así que me fui con Jose y Ferrán a Siria.

En Deir ez Zor, la polvorienta y calurosa ciudad a orillas del río Eúfrates hay una basílica donde se reúnen cada 24 de abril decenas de armenios para conmemorar el genocidio de su pueblo a manos de los otomanos.
Jóvenes, mayores, descendientes y familiares de los armenios masacrados en 1916 comparten una jornada entre solemne y lúdica, fraternal. Una llama trepida en el pebetero bajo la lápida esculpida en la grafía vernácula y la cruz armenia. La ceremonia dura una hora, tal vez más; es una misa vistosa y familiar. Los asistentes entran y salen del templo, bajan por las escalerillas que dan acceso al museo que se encuentra junto a la cripta. Una cuidada urna circular contiene las reliquias óseas de varios cadáveres, dispuestas alrededor del monolito que, a través de una abertura, preside el centro de la capilla donde se oficia el ritual religioso. En la sala de exposición, fotos en blanco y negro del horror que sufrieron aquellas gentes, pinturas en colores afligidos por la tortura y la muerte, objetos de culto y libros salvaguardados del pasado. En uno de los rótulos se lee una frase de Hitler vanagloriándose de su trato a los judíos: “¿Ahora, quién se acuerda del genocidio armenio?”.

Aún no ha terminado la ceremonia y los tres fotógrafos españoles (Barcelona, Valencia y Palma de Mallorca) ya hemos llamado la atención y suscitado la curiosidad ampliamente.
Nosotros también tenemos una pregunta importante que hacer a los allí congregados, llegados en autobuses desde Líbano y desde Armenia: necesitamos saber con certeza si nuestra información acerca de Marghada es cierta o no. Nos habían dicho que el santuario no es más que un monolito, poco más que un pedrusco señalando el lugar donde se descubrió una espeluznante fosa común en tierra siria.
No solo nos confirman la existencia del lugar, sino que amablemente nos invitan a acompañarles en sus pullman. Tras una horita de camino nos detenemos en las cercanías de la desértica localidad de Marghada.
Allí hay una pequeña ermita levantada al pie de un montículo donde se amontonan, cubiertos de capas de tierra floja y fácil de escarbar, cientos de cadáveres fruto de las masacres que sufrió ese pueblo maltratado.
Algunos niños del lugar escarban gratis y van extrayendo fragmentos de huesos y piezas dentarias de los que allí están enterrados, de la inmensa fosa común situada a unas decenas de metros de la carretera que lleva a Qamishli, en la frontera turca.
La modesta iglesita, con su diminuto osario y los signos religiosos armenios recibe la visita anual de personas que llegan desde Líbano y desde la tierra de sus compatriotas.

Tras el almuerzo en el mismo restaurante donde tiene el grupo concertada la comida, en el transcurso de la cual hemos comprobado el saque que tienen los armenios a la hora de beber arak (un aguardiente muy típico en Líbano, Siria y Armenia), amenizada con brindis, saludos y cantos a capela, nos disponemos a tomar un taxi para regresar a la ciudad. Sin embargo, y ante nuestro asombro, el muchacho que ofrece ese servicio a los clientes que precisen de transporte nos monta en una furgoneta cargada de trabajadores del restaurante, que acaban de terminar su turno, y nos llevan de regreso a Deir ez Zor… gratis.Si hay algo que cale de verdad en el viajero por esos parajes ribereños del viejo río Eúfrates, y en general de todo el que visita Siria, es la cercanía, amabilidad y generosidad de su gente.

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